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En el pórtico de tres nuevos libros


Casi al filo del singular acontecimiento de la Beatificación de María Crescencia Pérez, tengo ante mis ojos tres nuevos libros de poemas del Padre Carlos.

Sus títulos: La hora de Emanuel, El intento de Dios y Recodos del silencio, que en su cúmulo conforman una suerte de unidad, a través de una línea reflexivo contemplativa, que los congrega desplegándolos.

En efecto, el primero alude al nacimiento de Jesús en Belén, cumplimiento puntual de lo que la Palabra había pronunciado en el principio, cuando el Verbo era Dios y la Palabra estaba en Dios; y luego tal como había sido anunciado a nuestros padres por boca de sus santos profetas... Un nuevo sendero se abre a partir de tal suceso único, absoluto, no sólo ante el propio Jesús de Nazareth sino, por lógica e ineludible consecuencia, ante toda la humanidad. En este contexto, no llama la atención que surjan entre los textos poemas dedicados

 
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a la misma María Crescencia, como no podía ser de otro modo, en un libro como éste; porque los santos poseen el carisma de haber realizado en su vida la Palabra misma, toda entera. Ello se inscribe en una atmósfera signada por el misterio al que se alude, donde se patentiza la situación del testigo que clama en el desierto... y tú, niño, serás llamado profeta del altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos... anunciando a su pueblo la salvación... Así, el contenido se ve centrado en el interior del poeta, tanto como en el interior de todos nosotros, allí donde está el Reino, ámbito cuya dimensión es más grande que la del universo mismo con todas sus galaxias. En esta latitud el alma busca, encuentra, se enciende, clama, se recoge. escucha... y pasa por la vida imbricada en la rica variedad de las vicisitudes del mundo. Y culmina con el poema dedicado a la Madre de Dios "Yo te alabo Señora de los cielos",

 
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en supremo acto de amor y de homenaje a la humilde mujer que hizo posible el advenimiento del Hijo de Dios.

El intento de Dios, segundo libro de la trilogía, recorre la senda ya conocida en la presentación de los libros del P. Carlos, que son los de la vida cotidiana. Dios intentando llegar al ser humano y el ser humano sumido en los avatares de sus dificultades permanentes. Allí está el pastor, con sus luchas, sus deseos y sus plegarias, siempre meditativo y contemplando... Se puede afirmar que este libro pretende descubrirnos un diálogo con Dios al que acechan las sombras; pero asiste la certeza siempre presente, de la seguridad que Dios ofrece en la confianza, que impregna la búsqueda de aquéllos de buena voluntad. El alma se regocija y canta por senderos de tierra, por valles, a veces entre abismos, siempre en pos del agua que purifica, teniendo por momentos que refugiarse en su celda, la de la interioridad

 
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donde sólo Dios habita, lejos de un mundo adverso... y lo hace para retomar la huella, a veces sin huella, pero asentando en la profunda fe que el sello trinitario preside. Es lo que resume el poema •"El vuelo de las aves", que se refiere a los contenidos de este intenso viaje, al final del cual "descansaron", expresa. Llama la atención el poder de homologación de distintos seres humanos, las ovejas del rebaño, con seres de la naturaleza, aves y flores, por aproximar algún ejemplo.

Por último, llegamos al que a mi entender constituye el culmen, la síntesis de este el periplo: Recodos del silencio. Los grandes místicos, los maestros espirituales en general, afincan de manera permanente en esta temática del silencio. Porque el silencio es el recinto donde cada persona puede encontrarse con su núcleo más íntimo que nunca está desprendido de Dios. Es en el silencio, en el desierto exterior o interior, donde

 
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resuenan las verdaderas palabras, el sentido más hondo, la primigeneidad, si se me permite la expresión, del ser infinito del Dios que, aunque con tanta frecuencia aparece escondido, se halla invariablemente, idéntico a sí mismo, y tendido hacia su creatura, en cierto sentido abandonada en su exilio, agobiada y clamante. En estos textos se pueden percibir las diferentes resonancias del silencio, según las desiguales situaciones por las que el hijo peregrino atraviesa. Un clima de particular densidad atraviesa este libro, como una señal invitatoria para determinar que sólo se pueden hallar respuestas, callando... He de vivir en el silencio, expresa. Y uno se pregunta cuánto júbilo, pero también cuánto dolor encierra una afirmación así, expresada por el alma de un Sacerdote que transita sus tiempos en medio de las espinas de la desgarradura humana.

Luego de leer tantos libros del P. Carlos, decenas de libros

 
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(sólo basta recorrer la lista de sus publicaciones), alguien podría temer que redunde. Puedo afirmar, con la autoridad que la profesión me confiere, que sólo basta aguzar el espíritu, las potencias del entendimiento y la voluntad, para advertir que no es así. Esta extraña poesía - que nadie escribe así, también puedo afirmarlo -, trasmuta en su quehacer estético, el fluir de la Fuente que mana eternamente. Es como una fuerza que nace y renace y vuelve a nacer, siembra perpetua del infinito fluir... Quien haga la experiencia de leerlo cuidadosamente y si acaso alguien escuchara estas palabras que pronuncio escribiendo, accederá al don del hallazgo. Las montañas permanecen, corren los ríos, pero como lo ha visto Heráclito, nunca es lo mismo...

Es a través del P. Carlos Pérez que los acontecimientos de la Virgen del Rosario y de María Crescencia, han sido abiertos al mundo. Y es de su mano de donde ha brotado

 
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el privilegio de esta poesía. Recibamos el don. Y sepamos encarnarlo en nosotros.


Ana María Rodríguez Francia
Santuario María del Rosario de San Nicolás
Y desde el Carmelo...

   
 
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La hora de Emanuel


Nacen los tiempos y la hora
que dispusiera ver la noche placentera
del niño Dios en un establo
adormilado en los pañales que tejiera
su tierna madre en un pesebre
donde la sombra se trocaba en luz eterna
fueron humildes los pastores
homenajeando con amor la luz tan bella
y de rodillas adoraron
al rey del cielo que su infancia me ofreciera
fueron los ángeles cantando
los proclamantes del mensaje que trajera
para dar vida en esta tierra
a quienes viven aguardando a quien recrea
las inquietantes pesadumbres
que las tinieblas con su fuerza oscurecieran...
...
Vino el Señor desde la gloria
a amalgamar su placidez en mi cadencia
y a prometerme en la esperanza
esa sonrisa que a mis ojos embelesa
hecha de amor y de servicio
que en el madero dio la paz que renaciera
en la certeza inquebrantable

 
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de aquella casa donde sé que está mi estrella


   
 
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He clamado en los aires


He clamado en los aires del mañana
y he buscado saber su trayectoria
que debo transitar con la memoria
recordando el tañer de mi campana


he querido vibrar cuando me sana
en múltiples faenas de mi historia
el supremo Señor que en su victoria
ya vivió las respuestas del mañana


el futuro candil se me reserva
para ser lucernaria que invencible
acompañe el latido que conserva


mi confianza en la noche que impasible
reconoce las gracias en que observa
la mano que ha vencido lo imposible


   
 
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Encienden mis poemas


Encienden mis poemas
las voces de la tarde
que alegran melodiosas
las horas que subyacen
en íntimo recuerdo
del día en que se esparcen
y claman el descanso
que el tiempo les depare

recogen sentimientos
que en tímida mirada
reconstruyen la historia
del alma allí postrada
para implorar la vida
que anuncia en su palabra
clamores que se estrechan
en honda acción de gracias

las voces de la tarde
riqueza silenciosa
cobijan mis deseos
y abrigan con sus horas
el celestial anhelo
que el hombre desde el alba

 
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le canta al ser supremo
en notas de alabanza




y el hombre seducido
por luces de lo alto
intenta jubiloso
e intrépido aquel salto
que lleva hasta la orilla
del mar en su remanso
y emerge en otro tiempo
que arropa su pasado

las luces de la tarde
genuinas que aparecen
invitan al descanso
en noche que se atreve
a hundir entre la sombra
cansancios que allí emergen
y buscan allegarse
en horas que amanecen


   
 
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Hoy escucho las voces


Hoy escucho las voces de las flores
augurando los pétalos que caen
como ornato de un tiempo
como néctar que ofrece su talento
como espiga madura
en el arco del sol que se amanece
acuñando la vida
en esa tierra fértil
en el alma que anuncia su nascencia
y en el nido que esboza su plumaje
hoy escucho las voces
que resuenan en márgenes recónditos
en los huecos de piedra
en panales hambrientos de su polen
y en la simple vasija
sedienta de esa espiga generosa
hoy venero las luces
que vencieran tinieblas
y arroparan columnas
increadas
sublimes lucernarias
estrellas relucientes que palpitan
en la noche feliz
donde el día reclama su descanso

 
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donde el hombre concilia sus ensueños
donde nace el lucero
que alumbra en los espacios de lo eterno


   
 
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El canto de tu vida

A la Hna. María Crescencia


Te alabamos Crescencia en esa gloria
que naciera en el canto de tu vida
en respuesta a la gracia acontecida
cuando el Verbo entonara tu victoria


incunable la fuerza de la historia
que en incienso de amor fuera encendida
para dar a tu Padre agradecida
las virtudes de larga trayectoria


el Espíritu vivo en tu regazo
fecundó tu sublime alumbramiento
donde diste al Señor en frágil vaso


hoy cantamos tu gloria en el intento
de aclamar el momento de tu paso
al altar que aguardara tu momento


   
 
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Versículos de vida


Versículos de vida
sedientos de entregar en honda brisa
versiones de la luz del Verbo
cantares inefables
lumínicas columnas diseñadas
en el frágil papel
en sonora fragancia
en sonidos que arrullan silenciosos
hablándome
entonando gemidos sapienciales
que nacen en el parto
de imágenes nutridas de gloriosos arpegios
impregnados del soplo de aquel viento
sublime del cenáculo
que en racimos de fuego
con sus lenguas urgentes
despojan de la muerte
encienden nueva aurora
y transforman al hombre en emisario
de altísimo pastor
que abriga a su rebaño entre sus versos
que impregna con su amor
alejando el peligro que acechara
versículos del Verbo

 
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apacientan el alma en su plegaria


   
 
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Arenales cubiertos de rocío


Arenales cubiertos del rocío
sembrado en el oleaje de los mares
arenales que viven las pisadas
donde hincaron su tiempo los mortales
explayando en su ser meditabundo
en medio de los aires de la tarde
contemplando las aguas sin fronteras
que deleitan los ojos que se abren
el manojo del tiempo transcurrido
camina los recuerdos que subyacen
en el lecho del agua del océano
y en la barca que muestra su velamen
escuché los enigmas de la vida
y gusté el agua dulce en manantiales
y al trepar en arenas de la playa
dibujé su sapiencia en mis anales
y en el riego de humilde labrador
y en fragor de aluviones torrenciales
cobijé la riqueza que en la senda
irradiaron las lluvias en mi nave
y hoy cosecho vertientes que adivinan
el surco donde emergen los trigales
la frondosa esperanza de los montes
y la planta cargada de frutales


   
 
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Embebido en las aguas


Embebido en las aguas
que radiantes aguardan tierra fértil
y en los valles silenciosos y agrestes
contemplo la mañana en sus celajes
que depara el consuelo
que regala esperanza
y abriga la nostalgia de la fiesta

fervoroso el camino
ardiente en esas huellas luminosas
invita a recorrer su geografía
despejando el secreto de su espacio
y nos lleva a buscar
el sublime regalo que aprisiona
sentimientos del alma
augurios del festín enamorado
calidez de su sombra
fortaleza en su anclaje
y culmina sembrando la belleza
de aquel dios escondido
que derrama su don en la penumbra
y al nacer en la vida de la gracia
y creciendo en rigores de su intento
sintoniza en la gloria

 
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y surge misteriosa la hermosura
del alma enamorada
rodeada de violetas silenciosas
y entregando su ser
a cada peregrino que se allega
a buscar esa luz
se enciende con la fuerza de su sello...


   
 
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El tiempo que aparece


Estremecido el tiempo que aparece
inundado de mieses ya maduras
que surcan en los aires prematuras
alianzas con el hombre que atardece


el fruto del trigal donde se mece
en su faz la promesa de aguas puras
que en torrente bañara sus figuras
cuya boca palpita porque crece


la cosecha de Dios el omnisciente
revela aquel misterio prometido
a profetas que dieron libremente


el anuncio de amor que fue tejido
en aras del Espíritu latente
que inspiró la palabra en su vagido


   
 
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Yo te alabo Señora de los cielos


Yo te alabo Señora de los cielos
que alumbraste oquedades de la tierra
y me pides beber en tu agua santa
donde alivias dolores que me aquejan
eres faro sutil del mensajero
que conduce navíos a la vera
de ese rio que añora caudaloso
impulsar tus deseos en sus velas
eres madre que surges de un designio
misterioso que crece con la espera
que anuncia melodías inefables
a los hijos que el Hijo redimiera
tu seno tu sonrisa tu plegaria
me llevan a entregarte lo que intenta
para ser tu discípulo mi anuncio
de verdades que Cristo nos reserva
donde parte su pan para los hombres
y en su sangre redime lo que eleva


   
 
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